De acuerdo con el estudio que cita Larry J. Young, los científicos podrían reducir el amor a una cadena de sucesos bioquímicos
El amor, irremediable sentimiento que nos posee sin
que nuestra voluntad pueda hacer nada al respecto, ha sido y será fuente de
inspiración de poemas, novelas, películas, pinturas, canciones y también de experimentos
científicos. La curiosidad por descubrir los intrincados secretos bioquímicos
del amor motiva muchas investigaciones. En este caso, una de las revistas
científicas más importantes a nivel mundial, la revista Nature en su
número de enero publicó un polémico ensayo donde Larry J. Young, del Centro de
Investigaciones sobre Primates Yerkes, en Atlanta, Estados Unidos, señala que
los investigadores ahora intentan aislar e identificar los componentes
neuronales y genéticos de esta “exclusiva” emoción humana. El ensayo argumenta
que es posible que pronto los biólogos sean capaces de reducir a una cadena de
sucesos bioquímicos ciertos estados mentales relacionados con el amor.
Lejano a todo romanticismo, el autor del artículo
considera que el análisis de varios mecanismos cerebrales que han servido para
contar con terapias farmacológicas contra la ansiedad y las fobias ahora
podrían aportar en los terrenos del amor. Reduciendo al amor como una serie de
reacciones químicas y eléctricas que ocurren en el cerebro.
Young basa su hipótesis en los exitosos resultados
de experimentos con animales dedicados a conocer los mecanismos que regulan
emociones como el amor. En estos experimentos, el elemento estrella es la
“oxitocina”. Esta hormona, segregada de forma natural por el hipotálamo, ha
mostrado su capacidad para crear fuertes vínculos entre animales y mejorar la
confianza en las relaciones entre humanos.
Con una lógica evolutiva Young señala que los
mecanismos cerebrales y hormonales que se encuentran en este fenómeno humano
que llamamos “amor” son únicamente parte de un fenómeno cerebral ya que
nuestras emociones se albergan en este órgano y deben haber evolucionado a
partir de mecanismos existentes en nuestros ancestros mamíferos. Así, la forma
en que una madre ama a su bebé no debe ser muy diferente al amor de una madre
de chimpancé u otro primate, incluso de una rata.
El artículo postula que algunos mecanismos
hormonales que contribuyen a formar vínculos entre progenitores y crías
pudieron haberse aprovechado en la evolución para formar vínculos entre
parejas. Freud seguramente estaría feliz de escuchar esto confirmando el
complejo de Edipo.
Diferentes investigaciones han comprobado que la
conexión entre progenitores y crías de ratas, de ganado y de seres humanos, se
debe a una descarga de la hormona oxitocina que favorece los comportamientos
maternales. Y en perritos de las praderas y humanos se ha visto que esta
hormona participa en la formación de relaciones monógamas que duran mucho
tiempo.
Pero, como había señalado en artículos anteriores,
Young también sostiene que la oxitocina necesita de otro neurotransmisor: la
dopamina, que es el de la recompensa y la motivación hacia un comportamiento.
Esta es la hormona que aumenta con la cocaína, la heroína o la nicotina y
favorece la euforia y la adicción a un producto.
En el caso masculino, existen otros caminos
neuroquímicos: en los machos de ratones de la pradera, la vasopresina es la
hormona que potencia la unión a la pareja, la agresión a los rivales y los instintos
paternales.
En su artículo, Young afirma que existe “un
solapamiento intrigante entre las áreas del cerebro involucradas en el
establecimiento de los vínculos de pareja en los perritos de la pradera y
aquellas asociadas al amor en humanos”. En su opinión, gracias a los modelos
con animales se está empezando a deconstruir el fenómeno amoroso y la
posibilidad de que un “pretendiente sin escrúpulos pueda deslizar una poción
amorosa farmacéutica en nuestra bebida” no está lejos.
De alguna forma el artículo de Young saca
conclusiones pretenciosas simplificando los resultados de los experimentos sin
considerar que una vez que existe la cultura, el funcionamiento de los seres
humanos se vuelve mucho más complejo que el de los animales. Pero eso no impide
que ya hoy en día existan productos a base de feromonas y oxitocina que
prometen mejorar la vida sexual y amorosa de quienes los apliquen. Obviamente
la posibilidad de generar una “píldora del amor” con oxitocina son
inquietantes, aunque algunos científicos proponen que más que generar un
fármaco del amor, se podría utilizar la sustancia de modo cosmético, este
simple hecho plantea que quizá en un futuro cercano tengamos que tomar
decisiones como sociedad hacia este tipo de productos.
Lo definitivo es que simplificar este sentimiento
humano a reacciones químicas o a simples señales eléctricas es reducir una obra
maestra en pintura a un conjunto de colores, a un delicioso pastel solamente en
sus ingredientes, cuando efectivamente las reacciones químicas y las señales
eléctricas son elementos de la más grande experiencia humana.