¿Quema lo mismo hacer las cuentas del mes que una ecuación de tercer grado? ¿Y cuánto influye el tamaño del cerebro?
Pensar cansa, y quien lo niegue es que no se ha pasado largas jornadas trabajando delante de un computador, ni ha estado estudiando durante horas ni planificando los pormenores de la reforma de su casa. ¿Cómo va a ser igual de agotador pensar —sin prácticamente moverse del sitio— que machacarse media hora en la elíptica, que una carrera de 30 minutos a una velocidad de 8,5 km/h o que estar casi una hora en la pista de baile dándolo todo? Pues no será igual de cansado, pero se queman las mismas calorías (tomando como referencia un adulto con un cerebro de peso medio, unos 1.400 gramos, y unos 70 kilos).
"El cerebro humano representa, aproximadamente, el 2% del peso corporal, y consume un 20% del oxígeno y de la glucosa del organismo", indica Javier DeFelipe, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). "En estado basal, el cerebro puede consumir unas 350 calorías en 24 horas, esto es, un 20% de lo que solemos gastar al día", añade Ignacio Morón, profesor de la Universidad de Granada e investigador del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento (CIMCYC), un gasto calórico que es equiparable al de las actividades físicas señaladas anteriormente, según las tablas que maneja la Universidad de Harvard.
Todos los procesos fisiológicos precisan energía, aunque "el cerebro es el órgano que más energía consume", destaca DeFelipe, y además está continuamente funcionando, incluso durante la noche, lo que justifica su gran gasto energético. En el cerebro, "se presume que la materia gris [donde se encuentran los núcleos neuronales] consume más energía que la materia blanca [cuya función principal es la de transmitir la información]", explica Morón, "y esto se debe, entre otros factores, a la gran cantidad de sinapsis y mitocondrias de la materia gris, junto al hecho de que la materia blanca es, por diseño, más eficiente y económica".
Ahora bien, el consumo energético cerebral es variable. "Cuando está en modo normal, como cuando vamos caminando por la calle pensando en nuestra cosas, quizá el consumo sea menor, en el sentido de que ninguna zona del cerebro se activa más que otras", ilustra el científico del CSIC. Pero, si de repente comenzamos a resolver un problema, se activa una región concreta y pasa a gastar más combustible. Es como un coche que está al ralentí y cuando se pone en marcha dispara el consumo de combustible. El gasto energético del cerebro se mide por la cantidad de riego sanguíneo cerebral (oxígeno en sangre) y utilizando resonancia magnética funcional y espectroscopia por resonancia magnética.
Entonces, no todos los trabajos deberían quemar las mismas calorías cerebrales. ¿Gasta más un investigador que está inmerso en la búsqueda de errores genéticos que causan una enfermedad rara (por poner un ejemplo de observación de una cantidad ingente de datos) que un administrativo dedicado a la expedición del NIF (una tarea, a priori, más rutinaria)? El profesor de la UGR suaviza la comparación y aclara que "es la tarea intelectual, más que el oficio o el trabajo en sí, lo que determina el gasto energético, y puede ocurrir que un administrativo tenga más gasto energético".
Lo que sí admite Ignacio Morón es que "una hora de trabajo intelectual intenso consume prácticamente la misma energía que una hora de trabajo físico intenso", y si además la actividad intelectual es prolongada en el tiempo y con un plus de estrés añadido —"la famosa presión del jefe para que termines la tarea ¡ya!", ilustra—, gasta más energía.
Puestos a teorizar, y dada la eterna polémica entre la existencia de un cerebro femenino y otro masculino, ¿hay diferencias entre sexos en cuanto a gasto energético cerebral? Una revisión de miles de escáneres llevada a cabo por investigadores de la Universidad de Edimburgo no ha encontrado tal diferencia, pero sí un tamaño mayor para el cerebro de ellos. Javier DeFelipe, que dirige el departamento de Neurobiología Funcional y de Sistemas del Instituto Cajal, confirma que "ambos tenemos los mismos consumos calóricos cerebrales", y que en todo caso tal vez se podrían establecer ciertas diferencias en cuanto al tamaño (el de la mujer, de unos 100 gramos menos), aunque "es mayor la diferencia de tamaño de los cerebros entre la población general", como recoge en su artículo sobre la evolución del cerebro, y en el que se muestra que el de Lord Byron pesaba 2.200 gramos frente a los 1.100 del escritor y Premio Nobel Anatole France.
Para Andrés Catena, director del CIMYCC, una hipotética diferencia entre hombres y mujeres en el consumo energético cerebral podría deberse a las "variaciones de niveles hormonales asociados al ciclo femenino". En cualquier caso, insiste en que "el consumo energético depende más de las tareas que realice el cerebro que de otros factores", y un mayor tamaño cerebral del varón "no significa que será más eficiente, sino que puede estar más ligado a factores evolutivos relacionados con aspectos como la actividad muscular necesaria para realizar labores pesadas".
El cerebro devora glucosa, pero no, pensar no adelgaza
El combustible del cerebro es la glucosa, de la que obtiene el ATP (adenosin trifosfato) necesario para realizar todos los procesos metabólicos. Un cerebro adulto consume unos 5,6 miligramos de glucosa por cada 100 gramos de tejido cerebral al minuto.
Sin embargo, ahora que el azúcar está en el punto de mira se puede deducir que prescindir de ella puede afectar al rendimiento del cerebro, una hipótesis que nos preguntamos en BuenaVida (si el cerebro necesita azúcar para funcionar, ¿por qué tenemos que dejar de comerlo?) y que descartan enérgicamente los investigadores. "La glucosa y el ATP se pueden obtener por numerosas vías, aunque la del azúcar es la más simple en tanto que su extracción resulta mucho más eficiente", dice el miembro del CIMCYC. "El azúcar no es solo la que se ingiere directamente en la dieta, sino también la que se obtiene a partir de la ingesta de otros carbohidratos. Lo que sí es verdad es que sin ningún tipo de carbohidrato en el organismo no podríamos sobrevivir", apostilla Javier DeFelipe.
Una vez confirmado que el cerebro quema calorías la pregunta es: ¿pensar adelgaza? Por lógica la respuesta sería afirmativa (siguiendo el silogismo: pensar quema calorías y quemar calorías adelgaza; luego pensar adelgaza). Pues no. "Claramente, pensar no adelgaza. Quizás pensar mientras se camina vigorosamente o se hace ejercicio", concluye Andrés Catena.